CRONICAS. Para el diccionario de la Real Academia Española, la palabra proviene del latín chronica y del griego, y remitió a los libros en que se refieren los sucesos por orden de los tiempos. Como primera acepción, se trata de una historia en que se observa ese particular ordenamiento. La segunda recién alude al artículo o información periodística sobre temas de actualidad. Aquí se ha tratado, sin proponérselo, de contar historias respetando ese orden rigurosamente temporal.

19.5.05

EL PUEBLO EN LA PUERTA DE LA CASA DEL POETA




Pablo amó este lugar por sus encantos naturales.
Conservémoslo como él lo hubiera disfrutado.

Firma el visible cartel: Ilustre Municipalidad de El Quisco.

Ahí nomás, hacia el sudoeste de la carretera costeña que une el puerto de San Antonio con la veraniega Algarrobo, por una pronunciada pendiente de no más de doscientos metros hasta llegar a la orilla del océano, tupida de cipreses añosos que un hongo marino oxida de rojo cobrizo la parte inferior de las copas, entre calles con nombres de nítidas remembranzas como Lomas de la Burra, se encuentra ubicada la que desde siempre fue la famosa Casa del Poeta.

La caprichosa distribución en arco que le fue agregando a la construcción original, adquirida en 1938, cuando en el paraje sólo había una hostería, mira exactamente al sur y nada obstaculiza el aprecio de la amplitud del horizonte. Un roquerío de oscura tonalidad, con pequeñas pozas, más que playas, donde la arena está reemplazada por un canto rodado milimétrico, quizá explique por qué al lugar se lo ha conocido desde lo remoto como Isla Negra.

En una de las rocas más grandes, justo al pie de la residencia, que no puede si no verse desde la casa, han pintado la versión más difundida de su rostro bajo la gorra con visera, como si se tratara de un foto solarizada. La leyenda, en forma vertical, como enmarcándole la mirada pétrea, sólo reza:

V
I
V
E

La sigla BRP que rubrica el trabajo indica que fueron los de la Brigada Ramona Parra, un grupo de jóvenes comunistas que por los '70 sentaron todo un estilo de pintadas políticas, donde a las consignas se le agregaba el colorido y la creatividad de elementos plásticos del muralismo mexicano. A un costado, en una roca menor, con un humor acre y anárquico, inconcebible años atrás, otros estamparon:

Perdimos la guerra, pero ganamos un lugar en la foto.

A la entrada de la callejuela que desemboca en la plazoleta donde está el ingreso a la casa hay un cartel, mucho más rotundo, prohibiendo el paso a todo tipo de vehículos. Un muy organizado sistema montado por la Fundación Pablo Neruda despacha contingentes de diez personas cada quince minutos, con guías, mientras haya suficiente luz solar. La rústica cerca que rodea el predio, hecha con el refile de troncos que el proceso natural ha descascarado, sigue sirviendo para que sobre todo los jóvenes, marcadores en ristre, traten de que el paso por allí no sea tan perecedero. Poniendo su toque en medio de un silencio acompañado por la rompiente cercana y el paso del viento entre las ramas, se puede leer:

Che, poeta: ¿sabés que para visitar tu casa cobran dos dólares?

Data del año pasado y la firma un tal Washington Talma, de Montevideo.

En un tablón con soportes, convertido en banco, frente al portal se agrupan sobre todo mujeres maduras, lugareñas o de no muy lejos, de piel con la oscuridad latinoamericana, cabelleras mojadas, pegadas al cráneo menudo, toallas húmedas sobre los hombros, denunciando el reciente chapuzón orillero. Esperan un tour gratis que hay todos los días. Matizan la espera mirando con ojos casi asustados los extravagantes atuendos de los turistas y la parafernalia tecnológica de cámaras y otros aditamentos de la microelectrónica.

Una vez adentro, sólo hay lugar para el asombro y un escozor indescifrable. Desde la colección de mascarones de proa al velero inglés dentro de un botella que fue visto frente al sureño puerto chileno de Constitución, en 1904, sin que nunca más se haya sabido de él, hay también una dependencia con puerta de un monasterio de hace varios siglos a la que le puso las aldabas de una iglesia rusa y en el recinto de al lado un caballo de madera, tamaño natural, de una talabartería de su Temuco natal, certifica que aunque maduro pudo dar cuenta de lo que tanto lo había obsesionado como niño hijo de un apenas obrero ferroviario. Antes, entre muchos otros recovecos, se debe pasar por el mural de lapislázuli y ónix, especialmente diseñado por una artista amiga. La silueta e imágenes de peces es una presencia zodiacal constante. La cicerone explica que «los cuerpos de don Pablo y doña Matilde van a ser traídos y enterrados junto al sillón de piedra desde donde contemplaban el mar», allí afuera, en el parque escarpado. En la mesa de luz de su lado, junto a la cama matrimonial puesta en diagonal para que los pies apunten justo al poniente que se abre pleno a través del ventanal, todavía está el viejo catalejos con que a diario oteaba el horizonte como una tarea vital e impostergable.

-Es increíble lo consciente que siempre estuvo de su eternidad -musitó al lado del cronista la abogada Graciela Arancibia Gutiérrez, nacida en una Quillota que para los argentinos guarda ecos de los más variados-. En realidad, vivió haciendo su propio museo.

La observación tuvo a bien interrumpir preocupaciones más pedestres, domésticas y quizá hasta chovinistas. ¿Quiénes podrían hacer cola para visitar el departamento del 6° B de Maipú 988, casi Charcas? ¿Dónde encontrar el espacio natural y necesario para los grafitti de la literatura espontánea? ¿En los paredones del Círculo Militar que está enfrente? ¿Para qué comparar o contraponer al autor del Canto general y al del Elogio de la sombra? Indudablemente ese fenómeno social, mucho más allá de lo turístico, que se da en Isla Negra, desde que habilitaron la Casa del Poeta como museo, no pasa por los logros literarios o el Premio Nobel otorgado a uno y negado al otro, sino por lo cultural, en el sentido amplio y antropológico del término.
Resulta imposible pensar colectivamente el dilema de dónde ubicar definitivamente el cuerpo de Jorge Luis Borges, si con vista a la plaza San Martín, en San Telmo o en algún sobreviviente resquicio del viejo Palermo cuchillero, sobre una vereda de la avenida Juan B. Justo (en realidad, el viejo arroyo Maldonado entubadoy pestilente), para él que no hubo otra dimensión de lo real que esa irrealidad de un tiempo cuya vigencia fue lo acuciante de ni siquiera haber aprendido a doblar las esquinas rosadas o ateo impenitente que invocaba a Dios uno o dos versos antes de acudir a la cábala, si cuando eligió morir y ser enterrado en Suiza y ahora hay al respecto un penoso forcejeo entre sus deudos. ¿Es sólo cursi sospechar que se trata de que uno se remitió a las cosas llamadas del corazón y el otro a los laberintos de la metafísica o a lo críptico de la cábala, al cifrado que puede estar inscripto en los meandros aparentemente azaroso de los nombres?

En la empalizada de la callejuela que baja hacia el mar verde esmeralda, casi tapado por un gajo remolón del ciprés, entre muchas otras leyendas, estampada en agosto de 1980, se puede leer:

Pablo, gracias por enseñarnos las palabras del amor.

Vilma y Christian, a secas, fueron los autores. Quizá se trate, efectivamente, de esa «constante sentimental humana» a que alguna vez hizo mención Jaime Dávalos, y pueda comenzar a entenderse por qué el pueblo -su pueblo-, a diario, en Isla Negra, espera en las puerta de la Casa del Poeta que afinó la sonoridad de la lengua castellana para nombrar los aconteceres que tiene la residencia en esta parte de la tierra. [AR]

[Nota para esta edición electrónica] En efecto, al tiempo después de aparecer esta publicación, en un solemne acto a cuya cabeza estuvo el presidente constitucional de la República de Chile, doctor Patricio Alwyn, desde la capital fueron trasladados los restos de Matilde Urrutia y Pablo Neruda, para proceder a su entierro definitivo al pie del banco de piedra desde donde la pareja acostumbraba a contemplar el océano, en especial las puestas de sol. El lugar después fue cercado y los visitantes depositan sus flores.


[Publicado en la sección Opinión del matutino Río Negro, de General Roca, miércoles 11 de marzo de 1992]